“Tengo un mapa en el cerebro, un mapa que trazó sus primeras fronteras cuando era niña. No recuerdo los detalles de cuáles y cuántas fueron las historia que dibujaron las líneas de este atlas, sólo se que me negué, en ese entonces, a dar el siguiente paso y ya no lo di jamás.
Tengo un mapa en el cerebro, un mapa que impuso fronteras, abrió senderos, cerró y alzo tramos gigantes, un mapa viejo que no se somete a cambios porque su registro e historia son tan imponentes que configuraron mi vida sin posibilidad de tranzar. Haga lo que haga, espere lo que espere, juegue a lo que juegue, tengo un continente riguroso en su forma y estricto en el fondo, ajeno a cambios, un mapa invulnerable”.
Con fecha 12 de agosto de 2001, a las 3:30 de la madrugada, como un documento notarial escrito en mi diario de vida sentenciaba mi futuro con estas líneas, un futuro que no pretendía cambios, que no auguraba sorpresas, salvo aquellas que desordenaban aquel estricto mapa, pero que rápidamente volvía a trazar los límites, censurando pretextos y explicaciones, sencillamente insistía.
Han pasado años y después de un nuevo y repetido homenaje en tu nombre, descubro con placer que ya no hay mapas y que traigo conmigo un corrector a placeré. Ya no hay culpas porque no hay pecados y nunca los hubo, que ya no hay demarcaciones ni cotos porque no existieron.
Hay besos y flores, hay aviones y frutas, hay anillos y tules, hay pantallas y un bosque con olor a estufa a leña, pero sobre todo hay ganas de seguir jugando a ser invencible.
Tengo un mapa en el cerebro, un mapa que impuso fronteras, abrió senderos, cerró y alzo tramos gigantes, un mapa viejo que no se somete a cambios porque su registro e historia son tan imponentes que configuraron mi vida sin posibilidad de tranzar. Haga lo que haga, espere lo que espere, juegue a lo que juegue, tengo un continente riguroso en su forma y estricto en el fondo, ajeno a cambios, un mapa invulnerable”.
Con fecha 12 de agosto de 2001, a las 3:30 de la madrugada, como un documento notarial escrito en mi diario de vida sentenciaba mi futuro con estas líneas, un futuro que no pretendía cambios, que no auguraba sorpresas, salvo aquellas que desordenaban aquel estricto mapa, pero que rápidamente volvía a trazar los límites, censurando pretextos y explicaciones, sencillamente insistía.
Han pasado años y después de un nuevo y repetido homenaje en tu nombre, descubro con placer que ya no hay mapas y que traigo conmigo un corrector a placeré. Ya no hay culpas porque no hay pecados y nunca los hubo, que ya no hay demarcaciones ni cotos porque no existieron.
Hay besos y flores, hay aviones y frutas, hay anillos y tules, hay pantallas y un bosque con olor a estufa a leña, pero sobre todo hay ganas de seguir jugando a ser invencible.
1 comentario:
claro, en los mapas solo hay que dejar señales en los sitios buenos y evitar transitar por aquellos donde se han pasado malos ratos...
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