lunes, 14 de julio de 2008


El sábado en la noche, como hace muchos sábados y muchas noches no lo hacía, salí de casa con la intención de tomar cualquier sustancia con alcohol y colores submarinos, en un lugar donde hubiese gente con la misma intención y con ganas de ser parte de un selectivo montoncito de ciudadanos que pagan el triple por comer y tomar algo que en sus casas les costaría la mitad, con música a elección y con la seguridad que sólo da ese rincón conocido (la casita), pero no, esta vez quería un poquito de ruido.
El lugar al que fui era el clásico Restobar de moda, donde necesariamente tienes que reservar mesas y para nuestra sorpresa (no fui sola), a las 10 de la noche ya estaba reservado hasta el último recoveco, pero todo se arregla con una inocente sonrisa al mesero, así que ya tenía mi propio rincón, rincón por lo demás exclusivo para envidia de las chicas guapas que esperaban por un lugar, pero que no dibujaron una pequeña risita al mesero, porque sólo sonríen a billeteras o al chico de moda….
El lugar era una especie de balcón alternativo, luces tenues y morados brillantes, pantallas gigantes, sillones de cuero, hileras prolongadas de grandes sofás donde todos nos sentábamos en el mismo lugar separados solo por mesitas estilo japonés. Para ser honesta me incomodaba la cercanía, pero que va, ya estaba allí.
Pedí mi clásico Ron, tres hielos y mucho cariño, sushi y mi recién descubierta habilidad para manejar los palitos como una malabarista, mientras trataba de conciliar una conversación sensata entre gritos, paseos y la estridente música que vacilaba entre los 80, 90 y 2008.
Buscando la comodidad de mis huesos cruzo mis piernas y las subo en el sofá BLANCO, pasaron 3 segundos y un atento chico vestido pulcramente de negro me pide con evidente pudor si puedo bajar las piernas de allí, le dije que me sentía cómoda y que sufría del coxis, sonrió y me sugirió que pusiera la chaqueta de mi acompañante sobre el frágil y sensible sofá,,,,había ganado la primera batalla pero no la guerra.
Mientras pedía el segundo ron, tres hielos y mucho cariño, noté que el lugar estaba absolutamente lleno y traté de traspasar la lógica de los que me rodeaban, entonces me concentré en un grupo de lindas y exuberantes chicas que estaban frente a mí, de pie claro (les faltó la sonrisita). Cataban sin vergüenza a los posibles padres de sus hijos, mientras en el otro extremo un grupo de chicos acocodrilados cataban a las posibles NO madres de sus hijos, la escena era de antología, no recordaba ese clásico firteo cotidiano.
Entonces perdí la guerra, me sentí de 33 años y recién tengo 33 años

3 comentarios:

Neto Citadino dijo...

Soeledad, me pasó los mismo cuando fui a la última fiesta a musicalizar (en realidad simplemente llevaba mi ipod y no había más que un par de bocinas). Puro puberto de 13 a 20 años, y yo de 26.

Por un lado me sentí viejo, pero por el otro, yo era el de la música así es que disfruté el como disfrutaban.

Saludos

P.D. Ron y mucho cariño, buena receta.

Jesús Badenes dijo...

Grandísimo. Grande. Me gusta.

La sonrisa de Hiperion dijo...

Me gustan las dobles vidas... se vive más (aunque se esté mas apurado de tiempo)
Saludos y un beso guapa